A principios de mes se proyectó
Exitus en la
I Mostra de Curtametraxes Galegas de la Fundación Rodríguez Iglesias. Precisamente allí, durante el coloquio posterior, es donde reapareció la recurrente
idea de que los cortos no son si no un
trampolín para llegar a realizar un largometraje. Y quedó bastante patente la confusión, visto que el propio coloquio se centró en el lamentable estado del
cine dentro del audiovisual gallego (cuando la cosa debería versar más sobre los avatares de llevar a buen puerto historias cortas). Quede
constancia de que el debate estuvo bien. Después de todo a un cinéfilo
siempre le apetece hablar de cine.
Sucede que ciertas historias piden a voces ser contadas de forma condensada. He visto en el cine últimamente más de una película mediocre que, de durar media hora, sería una pieza realmente redonda. A lo mejor en su nacimiento se trataba de un cortometraje al que decidieron estirar hasta que aparecieron todas esas estrías en el guión.
Yo creo en el corto como formato
independiente y, aunque respeto profundamente a aquellos que ven en el corto una rampa de inclinación
variable o una mera bobina/curriculum, creo que mi postura gana en
consistencia con el tiempo. No en vano, autores mundialmente reconocidos por sus largometrajes (
Erice,
Angelopoulos,
Scorsese -por poner tres-) siguen jugueteando con las producciones cortas, sean estas cortometrajes o
series. También me dan la razón los últimos trabajos documentales de
Marcos Nine, o los dos últimos cortos que he montado para
Alber Ponte (por poner ejemplos de nuestra tierra). A veces lo breve hace bueno el dicho y es dos veces bueno.
Porque, ¿es menos teatro un entremés de Cervantes que Una rosa es una rosa de Suso de Toro?; ¿tiene más peso artístico Las Meninas de Velázquez o las reflexiones irónicas de una tira cómica de Mafalda?