Estancado, en pleno proceso de deconstrucción personal, me estrello contra un diálogo aparentemente inocente entre William Holden y Audrey Hepburn*. Muy oportuno. Están maquinando un guión y llegan a la conclusión de que todo proceso de creación tiene que ver con Frankenstein.
Todos somos el bueno de Viktor, y ahí andamos, uniendo piezas (algunas de ellas hermosas, otras en avanzado estado de descomposición), cosiendo, grapando, electrocutando, intentando que ese engendro se parezca (por lo menos) a algo de aspecto humanoide.
Cae la noche y un rayo parte el cielo. Recorre el cable eléctrico, penetra en los electrodos y "esa cosa", tumbada en la mesa de operaciones, se convierte en el epicentro de un terremoto de espasmos (humo artificial y luz parpadeante mediante -si fuera necesario crear un ambiente más irreal y opresivo-).
Extenuados, nos apresuramos a tapar... "eso"... con una sábana. Tenemos miedo del resultado porque sabemos que solamente existen dos opciones posibles: que nos enamoremos de él o que nos veamos en la obligación de despedazarlo nuevamente.
Cuando es una propuesta artística, la deconstrucción duele... pero poco (y cura pronto). Cuando de lo que se trata es de desmantelar a uno mismo... La sábana puede quedarse ahí, cubriéndonos, durante semanas y semanas. ¿Cierto o no?
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* "Paris, When It Sizzles" (Encuentro en París) comedia romántica de Richard Quine (1964)