Hoy Aldara nos ha retratado a su madre y a mí. También a sí misma. El parecido interior es estremecedor.
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Papá e Mamá |
A mí me pintó azul. ¡Cómo me ha calado! Soy capaz de ver en su padre dibujado a un pitufo. Un hombre pequeño que quiere aparentar ser grande utilizando un jersey de cuello alto (vaya idiota...). Casi sin ojos porque non ve (¿será por el desprendimiento de retina?). Casi sin boca porque tiene serios problemas de comunicación. Azul celeste, como no podía ser de otra forma. Cianótico porque le cuesta respirar asfixiado por las dudas existenciales y por otras dudas mucho más importantes (aquellas que tejen su día a día).
Claro que igual ella, a sus cuatro años, todavía ve en su padre a una especie de Dr. Manhattan, un semi-dios que tiene respuesta para todo, que cura las heridas con un beso, que le saca chocolate de las orejas por arte de magia.
A su madre la pintó multicolor. Y ahí es donde demuestra tener psicología. Las mujeres son más complejas y eso salta a la vista en su dibujo. Hay amarillo en las mejillas, rosa, verde. Me hizo gracia lo de los ojos rojos (y que nadie piense mal). No son de ira, si no de las noches de insomnio por culpa del perro.
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Aldara |
Aldara se retrató como un sol con patas que es. Un sol bicolor. Con menos colores que su madre, pero con las complejidades de una mujer germinando en ella ya. En el dibujo dejó patentes sus dos caras: la verde, que ocupa casi todo el espacio, y que viene siendo la Aldara buena y obediente, cariñosa, inquieta, presumida, alegre y sentida, habladora; y la rosa, la Aldara de los días raros, la que llora sin sentido y se mete con su hermano. Y finalmente se pintó el corazón azul celeste, porque aunque su padre no piensa lavar el cerebro a nadie... ¡¡¡el Celta es muy grande, coño!!!!